sábado, 9 de mayo de 2009

REMO TRAVESIA -Río adentro, de Paraná a Rosario

(El paranaense Alejandro Massoni integro la tripulación )
Paraná, Diamante, Isla del Pelado, Boca de la Chata, Puerto Pirata y Rosario. Esos son los tramos que anualmente realizan remeros rosarinos y paranaenses, en una travesía que dura cinco días. Se trata de una expedición náutica, en la que se fusiona la pasión por el deporte y el desafío por la aventura.

La luz de la luna todavía estaba sumergida en el río cuando los primeros rayos del sol rompieron en el horizonte. Eran las 6 de la mañana y los 27 tripulantes de la mística travesía Paraná-Rosario estaban listos para emprender el viaje.
A las seis de la mañana, del miércoles 18 de febrero, comenzó la expedición náutica desde el Paraná Rowing Club hasta la ciudad de Rosario. Cinco días, seis botes, seis horas de remo por jornada, seis mujeres y 21 hombres.
Los remeros partieron desde la costa paranaense rumbo a la costa rosarina con sus botes cargados de adrenalina aventurera. Entre los tripulantes, había cuatro paranaenses: Alejandro Massoni, Gimena Izaguirre, María Santa María y Manuel Folla, el resto de Rosario, integrantes del Club Regatas.
Con cuatro tripulantes por embarcación (dos timoneles y dos remeros), los deportistas partieron con sincronizadas remadas, dibujando ochos a su paso, hasta la primera etapa del trayecto: la ciudad de Diamante. Allí, el primer campamento y la primera noche del desafío colectivo en el Club Regatas diamantino.
Como todo ritual expedicionario, luego de armar las carpas, los remeros se reunieron en derredor de un gran fogón para contar sus experiencias, bautizar a los nuevos integrantes de la aventura, recobrar fuerzas con un cargado guiso y explicar a los novatos algunas reglas básicas de convivencia en el campamento.

DESAFÍOS. Desde el bote, todo se ve distinto. El Paraná con su cauce color de tierra va abrazando islas, dibujando orillas irregulares en todo su trayecto y mostrando una riqueza inagotable. Los remeros, en una sana comunión con la naturaleza, avanzan hacia la próxima meta: la Isla del Pelado, ubicada a la altura de la boya 488. A partir de ahí, según dicen los entendidos, comienza otra travesía. La urbanización queda atrás y durante las 48 horas siguientes, los remeros deben entenderse en un espacio agreste, habitado por chanchos silvestres que, en más de una oportunidad, dejaron a los remeros sin provisiones de alimentos.
A esa altura de la travesía, ya nadie puede arrepentirse, no hay costa a la vista y, menos aún señal telefónica. Los 27 tripulantes dependen del esfuerzo colectivo para llegar al tercer tramo de la travesía: la ciudad de Rosario.
“Para llegar a la Isla del Pelado partimos temprano desde Diamante. Estuvimos remando un promedio de seis horas, este año el cielo estaba amenazante y el cuerpo nos iba acusando recibo del cansancio”, recuerda Alejandro en diálogo con EL DIARIO, mientras desde su notebook abre archivos con las cientos de fotografías digitales que tomó durante la travesía.
Alejandro es el único del grupo paranaense que realizó la travesía dos años consecutivos. “Es el segundo año que hago la travesía y en lo personal es una experiencia inolvidable, de sensaciones únicas. En el 2008, me sumé al grupo rosarino de casualidad. Era un martes a la noche, ellos estaban en el Rowing preparando los botes, me acerqué para saludarlos y desearles suerte y casi sin darme cuenta, pasé a ser un integrante más de esa tripulación”, recuerda Alejandro.
Aunque los compromisos profesionales apremiaban al abogado, su pasión por el remo fue decisiva para emprender la travesía. “Cuando me invitaron no dudé en decirles que sí. Dejé en suspenso mis tareas y me subí al bote. Me decían el extranjero porque por primera vez, en 21 años, se sumaba alguien de Paraná”, dice.

DÍA TRES Y CUATRO. La última cena se hace el sábado. Siempre iluminados por un fogón, los tripulantes extienden sus charlas hasta entrada la madrugada, mientras preparan la etapa final de la travesía. Todavía, les falta llegar hasta la Boca de las Chatas y desde allí, a la ciudad de Rosario, pero el domingo se presenta gris.
La partida estaba prevista a las 7.30, del domingo 23 de febrero, pero el fuerte aguacero retrasa todo. “El último día tuvimos una fuerte tormenta de agua y viento, lo que nos demandó el doble de esfuerzo. Doce horas corridas de remo, doce horas en el agua, luchando contra el viento que nos frenaba. En las jornadas anteriores habíamos remado a una velocidad de entre 12 o 14 kilómetros por hora, pero por la tormenta no superábamos los 6 kilómetros por hora. El viento era más fuerte que la corriente del río”, recuerda Alejandro.
Con viento en contra, las piernas y los brazos adormecidos por el esfuerzo, las rotaciones entre remeros y timoneles eran cada vez más cortas. “Entre los cuatro tripulantes del bote rotábamos cada media hora, los días anteriores la rotación se hacía cada dos horas y media o tres. Nuestro cuerpo ya no tenía de dónde sacar energías, pero estábamos en el medio del río y debíamos seguir remando”, dice.
“En la travesía del 2008, llegamos a Puerto Piratas poco después del mediodía. Ese es el tramo anteúltimo de la travesía, hacemos una parada táctica para comer. Después de ahí, nos queda pasar por debajo del enlace vial Victoria-Rosario y finalizar en el Club Regatas de Rosario, donde nos esperan nuestros familiares y amigos. Pero en la edición de este año, nos demoramos muchísimo por la lluvia”, relata Alejandro.
Las provisiones de agua y comida estaban agotadas. “Nos quedaba tomar agua de río y seguir. Nuestras remadas eran lentas pero sin pausa. Queríamos llegar a Rosario con luz natural, pero nos fue imposible”.
Los veteranos del raid marcan el ritmo al resto de los tripulantes. Las palas se sumergen en el río y para llegar a destino no queda otra que remarla. “Cuando pasamos por debajo del puente ya estaba oscureciendo, pero las luces de la ciudad de Rosario que reflejaban en el agua, nos guiaron hasta el club en la costa rosarina”, relata el remero.
Para los paranaenses todavía quedaba un tramo más: regresar a la capital entrerriana. “Los músculos estaban fatigados y nuestro cuerpo ya no respondía, pero haber llegado a la meta, haber cumplido con el reto, fue lo más satisfactorio”, apunta Alejandro.
Antes de la despedida, los tripulantes se prometen un asado del reencuentro, que en realidad será una excusa para programar la travesía Paraná-Rosario edición 2010. Será en febrero, como hace 21 años.

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